Entrevista Diario Clarin
Jueves | 14.04.2005
El director estrenó "Del otro lado del mar", con su Grupo de Teatro Libre, obra basada en imágenes oníricas.
Juan José Santillán. ESPECIAL PARA CLARIN
Después de una inmersión en el teatro musical, primero con Tanguera y actualmente con Nativo, Omar Pacheco regresa con su Grupo de Teatro Libre, creado en 1982, con una nueva obra: Del otro lado del mar. Entre la ansiedad y la obsesión, habla del abanico de furcios crónicos en el engranaje del teatro alternativo: números que no cierran, luces que fallan, esfuerzos y sacrificios del grupo de actores... "Sin embargo había que cerrar un proceso de investigación que llevaba dos años. Ahora hay un concepto: la esperanza en un país como la Argentina".
Del otro lado del mar trabaja las imágenes oníricas como un perpetuo ajuste de cuentas con un presente endeble que para el director "profundiza sus fisuras en cuanto se lo encara desde lo visceral". Lo inconsistente es, a fuerza de la repetición, la materia prima de sus obras. "Mis trabajos surgen de sueños que aparecen en cualquier momento, que luego escribo y que finalmente se acoplan durante los ensayos a un lenguaje teatral". Sueños e imágenes al límite de una estética basada en dejar de lado lo inteligible del texto y basarse en la imagen. Aunque en Del otro lado del mar hay un texto introductorio, el director creó para todos sus trabajos una serie de fonemas que dan cuenta de diferentes situaciones.
Anteriormente en la sala del GTL (Urquiza 154) estrenó la trilogía Memoria (1992), Las cinco puertas (1995) y Cautiverio (2001) cuyo eje era "exorcizar" su pasado generacional con relación al exilio y a los desaparecidos de la última dictadura militar. Pacheco estuvo exiliado en Brasil y Estados Unidos donde dictó, a fines de los setenta, cursos de Teatro en el Departamento de Literatura Hispana y Portuguesa de la Universidad de Yale. "Estaba en un lugar muy conflictivo para mí y sin embargo pude armar un grupo y mantener contacto con varios argentinos", explica.
"Del otro lado del mar" surge de lugares muy oscuros suyos, ¿cuál es el margen para la esperanza dentro ese terreno?
En la obra hay tres personajes: un hombre que se desdobla en dos y que se debate entre sucumbir o no a la tentación del poder. También una mujer que genera símbolos de poder. Lo que el espectador ve es el quiebre de esa persona, la lucha entre ceder o emprender un vuelo propio que logre sortear esa encrucijada. Allí es donde aparece la posibilidad de pensar en algo mejor.
¿Cómo surgió esta obra?
De mi relación con lo clerical como ex alumno del colegio San Antonio, donde fui monaguillo a los seis años. Ese olor a incienso, a encierro, era una simbología del sometimiento.
Su trabajo tiene un eje en la imagen, ¿cuál es el límite de esa estética teatral con lo cinematográfico?
Hice mucho cine, pero a mis obras nunca las pude guionar para hacer, por ejemplo, un video. El teatro me da la presencia, el ritual, la cercanía o la distancia del público. Esa cercanía saca al espectador de un lugar de seguridad y aporta sensaciones que no se logran en el cine.
¿Cómo acopla estas experiencias con su trabajo en los musicales?
Tanto en Tanguera como Nativo puse mi sello: salir de la obviedad, buscar un contenido desde un minimalismo escénico que no caiga en la banalidad. Hay una vuelta de tuerca en el género después de Tanguera. También me sirvió para desmitificar ese lugar del teatro "progre" e independiente donde existe más envidia que solidaridad.
CREADOR EN SU OBRA, PACHECO CREO UNA SERIE DE FONEMAS PARA LAS DIFERENTES SITUACIONES. (Foto: María Eugenia Cerutti)
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TEATRO: ENTREVISTA CON OMAR PACHECHO
Salido de los sueños
El director estrenó "Del otro lado del mar", con su Grupo de Teatro Libre, obra basada en imágenes oníricas.
Después de una inmersión en el teatro musical, primero con Tanguera y actualmente con Nativo, Omar Pacheco regresa con su Grupo de Teatro Libre, creado en 1982, con una nueva obra: Del otro lado del mar. Entre la ansiedad y la obsesión, habla del abanico de furcios crónicos en el engranaje del teatro alternativo: números que no cierran, luces que fallan, esfuerzos y sacrificios del grupo de actores... "Sin embargo había que cerrar un proceso de investigación que llevaba dos años. Ahora hay un concepto: la esperanza en un país como la Argentina".
Del otro lado del mar trabaja las imágenes oníricas como un perpetuo ajuste de cuentas con un presente endeble que para el director "profundiza sus fisuras en cuanto se lo encara desde lo visceral". Lo inconsistente es, a fuerza de la repetición, la materia prima de sus obras. "Mis trabajos surgen de sueños que aparecen en cualquier momento, que luego escribo y que finalmente se acoplan durante los ensayos a un lenguaje teatral". Sueños e imágenes al límite de una estética basada en dejar de lado lo inteligible del texto y basarse en la imagen. Aunque en Del otro lado del mar hay un texto introductorio, el director creó para todos sus trabajos una serie de fonemas que dan cuenta de diferentes situaciones.
Anteriormente en la sala del GTL (Urquiza 154) estrenó la trilogía Memoria (1992), Las cinco puertas (1995) y Cautiverio (2001) cuyo eje era "exorcizar" su pasado generacional con relación al exilio y a los desaparecidos de la última dictadura militar. Pacheco estuvo exiliado en Brasil y Estados Unidos donde dictó, a fines de los setenta, cursos de Teatro en el Departamento de Literatura Hispana y Portuguesa de la Universidad de Yale. "Estaba en un lugar muy conflictivo para mí y sin embargo pude armar un grupo y mantener contacto con varios argentinos", explica.
"Del otro lado del mar" surge de lugares muy oscuros suyos, ¿cuál es el margen para la esperanza dentro ese terreno?
En la obra hay tres personajes: un hombre que se desdobla en dos y que se debate entre sucumbir o no a la tentación del poder. También una mujer que genera símbolos de poder. Lo que el espectador ve es el quiebre de esa persona, la lucha entre ceder o emprender un vuelo propio que logre sortear esa encrucijada. Allí es donde aparece la posibilidad de pensar en algo mejor.
¿Cómo surgió esta obra?
De mi relación con lo clerical como ex alumno del colegio San Antonio, donde fui monaguillo a los seis años. Ese olor a incienso, a encierro, era una simbología del sometimiento.
Su trabajo tiene un eje en la imagen, ¿cuál es el límite de esa estética teatral con lo cinematográfico?
Hice mucho cine, pero a mis obras nunca las pude guionar para hacer, por ejemplo, un video. El teatro me da la presencia, el ritual, la cercanía o la distancia del público. Esa cercanía saca al espectador de un lugar de seguridad y aporta sensaciones que no se logran en el cine.
¿Cómo acopla estas experiencias con su trabajo en los musicales?
Tanto en Tanguera como Nativo puse mi sello: salir de la obviedad, buscar un contenido desde un minimalismo escénico que no caiga en la banalidad. Hay una vuelta de tuerca en el género después de Tanguera. También me sirvió para desmitificar ese lugar del teatro "progre" e independiente donde existe más envidia que solidaridad.
CREADOR EN SU OBRA, PACHECO CREO UNA SERIE DE FONEMAS PARA LAS DIFERENTES SITUACIONES. (Foto: María Eugenia Cerutti)
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