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Entrevista Diario La Nacion

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Espectáculos
Martes 5 de Abril de 2005
  
 
 
 
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El director Omar Pacheco
Foto: Marcelo Omar Gómez
 
 
 
 
Omar Pacheco, director del GTL
Foto: Marcelo Omar Gómez
 
  
Teatro: anticipo

Pacheco volvió a su origen

Se presentará "Del otro lado del mar" en su salaVer "Memoria", "Cinco puertas" o "Cautiverio" podía ser un cimbronazo para cualquier espectador. Cuerpos, imágenes casi cinematográficas, sordidez, un idioma de fonemas y una música dominante eran los componentes de estas piezas que permanecieron en cartel durante muchas temporadas. Esta semiótica donde la imagen es determinante, es producto de la imaginación, la visión y los sueños de Omar Pacheco, uno de los directores más representativos de la escena independiente local. Puso en escena más de veinte obras de diversos autores nacionales y extranjeros y estuvo exiliado en los Estados Unidos y en Brasil durante buena parte del último gobierno militar. Pero a su regreso, en 1982, conformó el Grupo Teatro Libre que hoy continúa y, el viernes, estrenará su último trabajo, "Del otro lado del mar", en La Otra Orilla, la sala que la compañía tiene cerca de la plaza Miserere. Hace dos años, a Pacheco le llegó un ofrecimiento que lo sorprendió. Era del productor Diego Romay, para que dirija nada menos que un musical. En un principio, no le interesó la idea, pero terminó aceptando para ser el artífice de la dirección y puesta en escena de "Tanguera", su primer paso en el teatro comercial y un éxito en distintas partes del mundo. La historia siguió con "Nativo", actualmente en cartel, y se encontró en un mundo de teatro de taquilla que no estaba acostumbrado a frecuentar. De todos modos, mantuvo su fidelidad al teatro "libre" y a sus convicciones. -¿Te lo cuestionaste mucho cuando Diego Romay te llamó? -Sí. Tardé muchísimo en tomar la decisión. Pero era su primera producción y, cuando lo conocí bien, me pareció interesante asumir el riesgo, con todo lo que implicaba. Además, Diego me permitía ir blanqueando la paleta de mis colores. Pensé que no iba a encontrar gente valiosa como Valeria Ambrosio, Ariel Del Mastro o Gerardo Gardelín. –Se creó una suerte de nuevo lenguaje en el musical con “Tanguera” y “Nativo”... –Me gustaría mucho que pudiera ser reconocido así. Una vez, el periodista Jorge Dubatti me dijo: “Si no lo hacés vos, lo va a hacer otro de manera vulgar. Lo importante es que estés en esos lugares”. Y tuve muchas crisis, pero las personas que nombré me impulsaban. –¿Dónde está tu límite no previsible en la avenida Corrientes? –En que le digo que no, por semana, a por lo menos una comedia musical. El límite está entre lo absurdo, lo burdo, lo vulgar. Por ejemplo, no sé si alguna gente de mi grupo ha entendido que haya trabajado en estos musicales. Esperaría que sí, porque lo primero que hice fue decir que iba a hacer la experiencia. –¿Ahí hubo una crisis en el grupo? –Presumo que sí. No sé por dónde pasó, pero presiento que hubo una grieta de la que nunca se habló claramente. –¿Hubo muchos cambios en tu grupo? –Ahora tiene un cambio importante, luego de 22 años. No somos tantos como antes, pero estamos convencidos de una misma manera. Hubo momentos muy duros que siento con mucho dolor, pero seguimos adelante trabajando con nuestras convicciones. –¿Compartís a tus actores con otros grupos? –Tienen toda la libertad del mundo. Hubo una etapa muy cerrada donde casi no había conexión con el exterior y ése era un requisito ineludible. Pero después me di cuenta de que no nos servía. Es enriquecedor que prueben otras cosas y que el acuerdo sea seguir trabajando juntos, sin que sea algo hermético. Un nuevo trabajo Luego del estreno de “Del otro lado del mar”, obra con la que está trabajando desde hace un año, en junio se irá con parte de su grupo a Italia, para una régie. Luego, montará “Larvas”, en Sevilla, con el grupo de Ricardo Iniesta Atalaya; y hará una régie en una iglesia abandonada del sur de España, con 80 personas en escena. –¿El propósito didáctico de tus piezas es una finalidad? –La trilogía (“Memoria”, “Cinco puertas” y “Cautiverio”) fue como una sensación de exorcizar algo ligado a lo político, a mi vida, a mi historia, a mi hija que vive en los Estados Unidos y a mi fuga de acá. Me fui en el 77 porque me rompieron tres veces mi casa y las amenazas ya eran muy concretas. Me empecé a enterar de que mis mejores amigos ya no estaban más... Fueron años muy duros y difíciles. Creo en una ceremonia, una suerte de ritual, donde la gente puede ser modificada físicamente. No tengo ninguna verdad revelada para plantear a los demás. Pero tengo una propuesta metodológica y técnica totalmente clara que puedo discutir con cualquiera. Puedo mostrar a un actor en cualquier lugar que es distinto, por su fe creadora, por su convicción y por su entrenamiento. Pero, aunque esta trilogía era una ofrenda a mis amigos desaparecidos, ya me liberé de eso y ahora mi trabajo tiene que ver con mis sueños, con sentir que soy ese hombre que quiere volar. –Vos trabajás mucho en la representación del inconsciente. –Es que creo que ahí es la cosa, básicamente. Las mejores y las peores cosas aparecen cuando uno no puede justificarse. Yo creo desde un estado de ensoñación, cuando aparecen imágenes y estoy durmiendo. Es un material que no me saldría desde el punto de vista creativo por el esfuerzo intelectual. El punto es cómo llevar eso a escena para que no se convierta en naturalista, en material y vulgar. Tiene que ver con la técnica adquirida del actor y con la construcción del espacio físico. Cualquier texto en español vulgariza la construcción de la secuencia dramática. El conflicto necesita música, entonces trabajo los fonemas. Me nutro de mis sueños y cuando tardo tanto en una producción es porque no se está gestando nada. –Por lo visto en tus obras, también tenés pesadillas... –Absolutamente. De aquellas... A lo mejor estoy pirado, pero en mí hay una coherencia tremenda de vida, que no me permite en la racionalidad entrar en estos niveles de inmaterialidad, de campo onírico. Esta es un espectáculo de una alta calidad estética, pero de muy bajo costo. –¿Qué contás en este espectáculo? –Yo tuve una historia religiosa muy particular. Soy ex alumno y monaguillo del San Antonio. De chico viví todas esas señales y signos que construyen una fantasía patética para un chico, que se mete en una iglesia, con estatuas encerradas, olor a azufre y una persona en un confesionario que te dice que tenés muchas culpas. Hay mucho de clerical en esta obra, que tiene que ver con una sensación de claudicación. Es una lucha de opuestos constante y dos personajes, que en realidad son el mismo, frente a un cáliz. Por Pablo Gorlero
De la Redacción de LA NACION
 
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LA NACION | 05.04.2005 | Página 1 | Espectáculos
 
 
 
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